-¿Qué hora es? -miraste tu reloj- me tengo que ir.
-¡No te vayas!. -Te abracé. Me aferré a ti. Me besaste.
Prendí la lámpara y me senté a los pies de la cama. A cada paso te ibas vistiendo nuestra noche. Tomé del piso mi camiseta y saqué mi suéter de un cajón.
-Ya no salgas. -Otro abrazo, otro beso.
Caminaste hacia la puerta, me quedé pasmada.
Volteaste la mirada, te sonreí.
Diste media vuelta, corriste hacia mi y me aventaste sobre el colchón.
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